La pintura de Alejandro Spera reúne una cantidad de características que la convierten en una propuesta de gran originalidad.
La primera y más importante es la forma de disponer la materia pictórica, la acumulación de óleo realizada por el artista no sólo evoca una representación visual figurativa –como los paisajes con ombúes o aquellos al borde del mar- sino también una geografía plástica de colores tallados en diferentes ritmos, que conviven y compiten.
Esta posible dualidad interpretativa, representación visual versus materia abstracta, no es opuesta, sino que potencia la calidad de la obra. En las mejores obras, aquellas más logradas, es donde la síntesis de formas pictóricas no sólo ocurre en la superficie donde participan los colores que equilibran formalmente el cuadro, sino también en aquellas en las que se ponen en juego las texturas a modo de un cuadro informalista.
El formato apaisado potencia el sentido abstracto del planteo y colabora en el alejamiento de cualquier recurso que intente identificarlo con una representación naturalista, aquella que asocia al cuadro con la realidad.
Por último hay que destacar el clima logrado por la utilización de una paleta de tonos bajos y la ausencia de personajes en la escena.
Una sensación diáfana invade el cuadro, un acontecimiento está por suceder, el tiempo parece no transcurrir, la tristeza nos invade o quizás sólo es … la soledad del entorno.